Las protestas francesas muestran que la visión de Macron la verdadera utopía - Slavoj Zizek

En este artículo, Slavoj Zizek reflexiona acerca de las constantes huelgas en Francia, el fin de la utopía que encarnaba Macron y el trazado de un nuevo horizonte revolucionario 




Fuente original: RT| Autor: Slavoj Zizek |
Traducido por @grasatrans
France, January 9, 2020 © REUTERS/Benoit Tessier


Las continuas protestas en Francia ponen al descubierto la bancarrota del sistema que representa Emmanuel Macron. Un radical cambio del orden capitalista, como el que Corbyn y Sanders defienden, podría ser una solución. 


Con el avance de las huelgas de los trabajadores del transporte público francés, algunos comentaristas incluso comenzaron a especular que Francia se acerca a una especie de momento revolucionario.


Si bien estamos lejos de eso, lo que es seguro es que el conflicto entre el estado (abogando por una nueva legislación unificada de jubilación) y los sindicatos (que rechazan cualquier cambio de lo que consideran sus derechos difícilmente obtenidos) no deja espacio para el compromiso. 


Para alguien de Izquierda, es muy fácil simpatizar con el avance de los trabajadores: Emmanuel Macron busca privarlos de las condiciones de jubilación  que tanto les costó obtener. De cualquier manera, también debería notar que los trabajadores de los ferrocarriles y otris trabajadores del transporte público se encuentran entre aquellos que aún pueden permitirse el lujo de hacer huelga. El estado los emplea permanentemente, y su área de trabajo (el transporte público) les da una posición sólida para negociar, razón por la cual lograron obtener un sistema de jubilación tan bueno, y su huelga continua consiste precisamente en retener a esta privilegiada posición.


No hay, por supuesto, nada de malo en la lucha por mantener los elementos difícilmente conseguidos del estado de bienestar que el capitalismo global de hoy en día tiende a prescindir. El problema es que, desde el –no menos justificado– punto de vista de aquellos que no gozan de una posición privilegiada (trabajadores precarios, jóvenes, desempleados, etc), esos trabajadores privilegiados que pueden permitirse el lujo de ir a la huelga no pueden sino aparecer como su enemigo de clase contribuyendo a su desesperada situación, como una nueva figura de lo que Lenin llamó “la aristocracia de los trabajadores”  –y aquellos en el poder pueden manipular el desprecio, y actuar como si estuvieran luchando contra privilegios injustos en nombre de los trabajadores verdaderamente necesitados, incluídos los inmigrantes.


Además, no se debería olvidar que están abordando estas demandas en el gobierno de Macron, y que Macron representa el sistema económico y político existente en su mejor momento: combina el pragmatismo económico realista con una clara visión de una Europa unida, además él se opone de manera firme al racismo anti-inmigrantes y al sexismo en todas sus formas. 


Las protestas marcan el final del sueño de Macron. Recordemos el entusiasmo que había sobre Macron, ofrecido como una nueva esperanza no solo para derrotar a la amenaza populista de derecha sino para proporcionar una nueva visión de la identidad europea progresista, lo que llevó a filósofos tan opuestos como Jürgen Habermas y Peter Sloterdijk a apoyar a Macron. 


Recordemos como cada crítica de izquierda sobre Macrón, cada advertencia sobre las fatales limitaciones de su proyecto, fueron desestimadas por “objetivamente” apoyar a Marine Le Pen. Hoy, con las continuas protestas en Francia, estamos brutalmente confrontados con la triste verdad del entusiasmo pro-Macron. Macron quizás sea el mejor del sistema existente, pero sus políticas se ubican dentro de las coordenadas liberal-democráticas de la tecnocracia ilustrada. 


¿Cuál es la solución?

Entonces ¿qué opciones políticas existen más allá de Macron? Hay políticos de izquierda como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders que defienden la necesidad de ir decisivamente un paso más allá de Macron en la dirección de cambiar las coordenadas básicas del orden capitalista existente, pero no obstante permanecen dentro de los básicos confines de la democracia parlamentaria y capitalista. 


Ellos inevitablemente caen en un casillero sin salida: la izquierda radical los critica por no ser realmente revolucionarios, por aún sostener la ilusión de que un cambio radical es posible siguiendo la regular vía parlamentaria, mientras centristas moderados como Macron advierten que la mesura que ellos defienden no son bien vistas afuera y podrían provocar un caos económico -imagina a Corbyn ganando las últimas elecciones en Reino Unido, e imagina la inmediata reacción de los círculos financieros y empresariales (fuga de capitales, recesión…)


En cierto sentido, ambas críticas son correctas –el problema es justamente que ambas posiciones desde las que son formuladas no funcionan: las continuas insatisfacciones claramente indican los límites de las políticas de Macron, mientras que los llamados “radicales” a una revolución no son lo suficientemente fuertes como para movilizar a la población, además ellos no se basan en una visión clara de qué nuevo orden imponer.


Entonces paradójicamente, la única solución es (por el momento, al menos) involucrarse en la política de Sanders y Corbyn: son los únicos que han demostrado provocar un movimiento de masas real. 


Debemos trabajar pacientemente, estando listos y organizados para actuar cuando la nueva crisis explote –con la creciente insatisfacción popular, con la inesperada catástrofe ecológica, con la revuelta contra la explosión de control y manipulación digital. 


La Izquierda Radical debería evitar ciertos lugares oscuros y planificar cómo tomar el poder en un momento de crisis (como los Comunistas hicieron en el siglo 20). Deberían trabajar precisamente para prevenir el pánico y la confusión cuando la crisis llegue. Un axioma debería guiarnos: la verdadera utopía no es la perspectiva de un cambio radical, la verdadera utopía es que las cosas puedan continuar indefinidamente como está sucediendo ahora. 

El verdadero “revolucionario” que socava los cimientos de nuestras sociedades no son lis terroristas externos y los fundamentalistas, sino la dinámica del capitalismo global en sí.


Y lo mismo va para la cultura. Se escucha frecuentemente que hoy la guerra cultural se da entre los tradicionalistas, quienes creen en un firme conjunto de valores, y los posmodernos relativistas, quienes consideran a las reglas éticas, a las identidades sexuales, etc como un resultado de contingentes juegos de poder. Pero ¿esto es realmente así? Los últimos posmodernos son hoy conservadores. Una vez que la autoridad tradicional pierde su poder sustancial, no es posible volver a ella; todos esos retornos son hoy una falsificación posmoderna. 


¿Trump promulga valores tradicionales? No, su conservadurismo es una actuación posmoderna, un gigantesco viaje al ego. Jugando con los “valores tradicionales”, mezclando referencias a ellos con obscenidades abiertas, Trump es el último presidente posmoderno, mientras que Sanders es un moralista anticuado. 

  

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