En los últimos días, el mundo de la filosofía angloparlante presenció en vivo a uno de los máximos exponentes del ala más conservadora, Ben Shapiro, irse de una entrevista frente a una simple pregunta por parte del entrevistador de la BBC Andrew Neil.

El debate respecto de la legalización o prohibición del aborto,  no es una discusión únicamente argentina, La sociedad norteamericana también está atravesando estos debates en los medios de comunicación. En este sentido, Neil le pregunta a Shapiro qué tiene para decir sobre medidas políticas tomadas por países como Georgia que, siguiendo ideas populares (no en el sentido de "populista" sino como "conocidas") similares a las suyas, hoy condenan a una mujer que aborta a treinta años de prisión, y si aborta en otro país la condenan a diez años. Frente a la pregunta, Shapiro responde "No estoy seguro, francamente, ¿vos sos un periodista objetivo o un periodista de opinión?" y a partir de ese momento, el filósofo ultra-conservador comenzará a pronunciar un cúmulo de palabras rápidamente, haciendo un uso constante de la falacia del hombre de paja y malinterpretando la pregunta de Neil, para culminar intrépidamente la entrevista quitándose el retorno y levantándose del aire. 


Ben Shapiro este año publicó un nuevo libro titulado The Right Side of History: Hoy Reason and Moral Purpose Made the West Great. En este libro, el filósofo propone una nueva forma de analizar la historia, de acuerdo a aquellos países que han seguido o se han alejado de la ley moral cristiana y la ley moral griega. Cuando leí esta revisión, creí necesario traducirla al castellano por cuatro motivos fundamentales: 

  1. el avance de la derecha a escala global: el resurgimiento de la right wing nos exige no pasar más nada por alto y, especialmente, a aquellos argumentos que abusan de "sentidos comunes" para propagarse como el fuego; 
  2. el avance de políticas estatales ancladas en la moral judeocristiana: esto tiene relación con lo anterior, y en Argentina lo comprobamos en el 2018 con el debate por la Interrupción Voluntaria del Embarazo, cuando numerosxs senadorxs y diputadxs se oponían a la ley por razones de índole moral
  3. la ausencia de críticas a Shapiro en nuestro idioma: si buscamos noticias hablando de lo que hizo Shapiro en su entrevista con la BBC, o si buscamos una crítica a su último libro en castellano que sea tan completa como la que presento a continuación, nos daremos cuenta que el material es escaso;
  4. para desarmar esta bomba: este libro tiene pretensión, se nota, de convertirse en una de las referencias fundamentales de los movimientos conservadores y de derecha actuales. Si no lo es ya mismo, lo puede ser en un futuro. Por lo tanto, creo que, como sujetxs críticxs, debemos enfocar todos nuestros esfuerzos en desarmar estos discursos-bombas. Son efectivos, apelan al sentido común y no necesitan mucho análisis, y por esto mismo considero necesario adaptar a nuestro idioma esta revisión fulminante hacia The Right Side of History, porque es completa y hace estallar en mil partes el argumento propuesto por Ben Shapiro. Si nos demoramos, la bomba estallará y tendremos a lxs conservadores de Hispanoamérica citando sus páginas, al igual que ya lo hacen con los libros de Agustín Laje y otros pensadores filósofos de derecha. 

El texto original fue publicado en el portal Quillette y pertenece a Jared Marcel Pollen. Jared Marcel Pollen tiene todos los derechos de autor del mismo, yo solo me dispuse a realizar una traducción de su artículo sin fin alguno de lucro, monetario o económico. A continuación, el artículo de Pollen:

The Right Side of the History: A Review

por Jared Marcel Pollen



En el prólogo de su poema épico Paraíso Perdido, John Milton escribió que la finalidad de su libro era "justificar los caminos de Dios al hombre" ("justify the ways of God to men.") La historia, en otras palabras, sería la dramatización de la teodicea, una pregunta central de la Iluminación que podría demarcar claramente los límites intelectuales y morales entre la moral religiosa tradicional de algunxs pensadores y la ética secular emergente de otrxs. Paraíso Perdido, que fue publicado por primera vez en 1887, anticipó de cierta forma uno de los más grandes problemas filosóficos del siglo XVIII, y su protagonista, Lucifer, es posiblemente su mejor ejemplar. 


Lucifer es el arquetipo de hombre en los años de la modernidad, varado en un vacío sin Dios, de cara al abismo, con su única razón de entenderse a sí mismo y su nueva posición en el orden natural. Milton ideó un retrato de Lucifer como una figura orgullosa y maléfica: su razón fue simplemente un instrumento para racionalizar su odio. Pero ocurrió algo que Milton no esperaba o no pudo prever: su villano se convertiría en el personaje más irresistible de la historia. A pesar de haber realizado sus mejores esfuerzos, en la descripción de Milton, Dios aparece como un tirano y Lucifer demostró ser el más sabio de los dos, socavando inadvertidamente la propia agenda del autor. 

El libro de Ben Shapiro, The Right Side of History: How Reason and Moral Purpose Made the West Great, se basa en gran medida en el concepto de Milton de que el uso de la Razón sola, carente de la ley moral de Dios y la voluntad universal, nos condena a vivir en el abismo. El intento de Shapiro por demostrar que la civilización secular debe reavivar las enseñanzas judeocristianas en las que se basa, inadvertidamente nos muestra por qué tuvimos razón en dejarlas atrás en primer lugar. 

Dibujando sobre un antagonismo primero esbozado por Leo Strauss, Shapiro argumenta que los pilares gemelos de la sociedad occidental son la ley moral judeocristiana y el razonamiento científico griego: Jerusalén y Atenas. Ambos son esenciales para la estructura de nuestra civilización, y la remoción de cualquiera de los pilares la hará colapsar:


La Unión Soviética rechazó los valores judeocristianos y la ley natural griega... y ellos hambrearon y mataron diez millones de seres humanos. Los Nazis rechazaron los valores judeocristianos y la ley natural griega, y empujaron a lxs niñxs dentro de las cámaras de gas.

Esta es la tesis central del libro, lo cual es en muchos aspectos una breve historia de la filosofía occidental. Narrativamente, el libro es poco limpio. Traza líneas claras entre puntos A hacia puntos B entre cada idea y eso es una aprobación. Si vos querés entender cualquier evento histórico o cambio social, todo lo que necesitas hacer es buscar al filósofo cuyas ideas te llevarán allí. La historia de las ideas raramente es tan simple. En este sentido, esto subestima las formas en las que la historia es (usando un término que, supongo, Shapiro odiará) dialéctica. Aún así, Shapiro muestra que su lectura tiene lo mismo de ancho que de profundo. El libro tiene investigaciones impresionantes y completas en los lugares donde desea el autor. Pero pasa por alto sobre otros.

Por ejemplo, para realizar una defensa completa a la necesidad de Jerusalén, Shapiro primer tuvo que armar un argumento para decir que la ética griega por sí sola no es suficiente, a pesar de la abrumadora superioridad de la civilización ateniense sobre cualquier cosa producida en la antigua Judea. Esto requiere un poco de juego retroactivo con el concepto del telos. "Los antiguos", escribe Shapiro, "entendieron que cualquier teoría sobre el telos tiene que basarse en la presencia de un diseñador. Como tales, ellos fueron monoteístas filosóficos, aunque hubo religiosos politeístas". Esta combinación nos permite leer un Movimiento inmóvil o una Voluntad Divina dentro de la filosofía griega, facilitando la fusión entre Razón e investigación científica con la adoración de Dios, cuya voluntad se manifiesta en todas las cosas: si tú quieres conocer a Dios, estudia la naturaleza. Este fue el argumento de Tomás de Aquino, y Shapiro no puede ser culpable por hallarlo agradable (la mayoría de lxs pensadores lo hicieron hasta la Ilustración). 

Esto también permite a Shapiro eludir la obvia hostilidad que mostró la iglesia hacia la investigación intelectual durante siglos. Shapiro escribe como si la iglesia jamás hubiera prohibido un libro o quemado a unx hereje:
Contrario a la opinión popular, los nuevos descubrimientos no siempre fueron vistos como heréticos o peligrosos para el dominio de la Iglesia; de hecho, la Iglesia frecuentemente apoyó la investigación científica. 

La Iglesia era, de hecho, el único lugar donde se podía realizar cualquier tipo de investigación en ese momento. Fue el único lugar donde las personas estaban alfabetizadas y disfrutaban de financiación y acceso constante a los instrumentos. Pero la Iglesia sólo alentó la investigación en la medida en que pudiera reforzar y expandir su propia doctrina, lo que es similar al Estado diciéndote que sos libre para hacer lo que quieras, mientras no critiques al régimen. El primer gran desafío científico para la Iglesia fue el heliocentrismo. Pero Shapiro afirma que esto difícilmente representó un problema: "Nicolás Copérnico estudió en la escuela parroquial y sirvió a la Iglesia de Warmia como asesor médico; su publicación sobre De revolutionibus... en Marzo de 1542, incluía una carta al papa Pablo III".

De hecho, Copérnico terminó su tratado años antes (hay registros que indican que el manuscrito se había completado ya en la década de 1530), pero él lo retuvo, consciente de que su publicación podía poner en peligro su vida, y puso en circulación solo algunas copias anónimas a sus amigxs cercanxs. El libro solo fue publicado en su totalidad en vísperas de la muerte de Copérnico, y la carta al papa, que también era anónima, no fue escrita por Copérnico, sino por Andreas Osiander, un predicador luterano al que se le había encomendado el trabajo de supervisar la publicación del libro. Fue un intento de suavizar el golpe, y afirma, entre otras cosas, que los hallazgos del autor solo tienen la intención de ayudar al cálculo de los cielos, y que ni siquiera deben considerarse verdaderos para que los cálculos sean útiles. 

La Iglesia continuaría defendiendo el modelo geocéntrico por al menos otros 150 años, y no llegaría el perdón oficial para Galileo hasta 1992. De todas maneras, Shapiro afirma que la persecución contra Galileo fue simplemente un movimiento de relaciones públicas de la Iglesia; un intento de quebrar con la disidencia en respuesta a las acusaciones del protentastismo de indulgencia e hipocrecía. El juicio a Galileo también mostró decenas de trabajos astronómicos, incluído De Revolutionibus, ubicado en en la "Lista de libros prohibidos" de la Iglesia (una lista que a través de los años iría acumulando los trabajos de Hobbes, Pascal, Descartes, Bacon, Montaigne, Spinoza, Maimonides, Locke, Monstesquieu, Diderot, Voltarire, Hume, Rousseau, Kant, Bentham, Balzac, Mill, Dumas, Flaubert, e incluso Milton por su "Paraíso Perdido"). Esta lista (que no se completó hasta 1966) es lo suficientemente amplia como para desacreditar el argumento de Shapiro por sí solo. De hecho, fue el refinamiento continuo de la investigación científica y su cambio en el énfasis de celebrar la creación de Dios por un mejoramiento de las condiciones materiales de la humanidad lo que guió a nuestra especie hacia la Iluminación. 

El Lado Derecho de la Historia traza distinciones útiles y perceptivas entre las ideas iluministas francesas, alemanas y anglosajonas, y las líneas buenas y malas. Si el Renacimiento fue el renacimiento intelectual de nuestra especie, entonces el Iluminismo nos mostró que tenemos un gemelo malvado. En su recorrido por los siglos XVIII y XIX, Shapiro agrupa pensadores dentro de los lados luminosos y oscuros del Iluminismo. El lado luminoso consiste en aquellos que mantenían su creencia en la teología y la ley moral judeocristiana, como John Locke, Adam Smith, y los Padres Fundadores. La Declaración de la Independencia, dice Shapiro, es el testamento más completo del concepto judeocristiano de los derechos naturales (que el hombre es hecho libre en la imagen de Dios). Para volver esto lo más convincente posible, Shapiro debe restarle importancia al deísmo de Thomas Jefferson, su desdén por la organización religiosa, su continuo apoyo a la Revolución Francesa ateísta, y su parentesco intelectual con Thomas Paine, quien Shapiro lanza junto a la tensión más oscura. El lado oscuro también incluye a Voltaire, David Hume, Diderot, y Rousseau. Fue el materialismo radical anti-teológico de esos pensadores, sostiene él, y su aseveración ateísta de que no existen derechos que provengan de Dios, lo que culminó en el terror y la sangre de la Revolución Francesa. 

De hecho, la profanación de iglesias y la ejecución de clérigos se encuentran entre los episodios más vergonzosos del anti-ateísmo durante la Revolución Francesa, y ellos no pueden ser evadidos. De todas formas, no deberíamos permitir que Shapiro continúe afirmando que la Revolución Francesa fracasó porque exaltó la Razón por encima de todo lo demás. Escribiendo sobre la creación del Culto a la Razón, él dice:
Los franceses fueron a celebrar el Festival de la Razón. Este festival mostró a las iglesias a lo largo de Francia convertidas en Templos a la Razón, con el templo principal siendo la catedral en Notre Dame. Allí, lxs músicxs de la Guardia Nacional interpretaron el himno a la Libertad… y la llama de la diosa de la Razón ardió en el altar griego. 
El Culto a la Razón fue ciertamente grotesco, pero no a causa de la Razón -el Culto a la Razón fue grotesco porque fue un culto. Templos, himnos, púlpitos, diosas: estas son las trampas de la religión organizada, no del método científico. Lo mismo puede ser dicho acerca del totalitarismo. Shapiro repite fielmente el agotador argumento de que el fascismo fue un fenómeno ateísta, el producto de la creencia impía en la Razón: “Lxs Nazis rechazaron los valores judeocristianos y la ley natural griega, y ellos empujaron a lxs niñxs a las cámaras de gas,”, un argumento que no reconoce la larga promoción del antisemitismo por parte de la Iglesia. 

También nos han dicho que “Hitler reclamó sus antecesores ideológicos en Kant, Hegel y Nietzche”. Sin embargo, vale la pena señalar que la mayoría de las personas que vestían el uniforme de la Werhmacht eran miembros documentados de una iglesia u otra, y tenían inscripto en sus hebillas “Gott Mit Uns” (Dios con nosotros”). Tampoco debemos olvidar que el Vaticano firmó tratados con la Alemania Nazi y el Partido Nacional Fascista Italiano, y mientras Hitler quizás estuvo influenciado por Nietszche, su nombre no aparece ni siquiera una vez en Mein Kampf. Igualmente, Hitler incluyó lo siguiente: “Y yo creo en el día en que mi conducta esté en concordancia con la voluntad del Creador Todopoderoso. En permanente guardia contra el Judío estoy defendiendo la obra del Señor.” Subrayando todo esto está el concepto religioso del totalitarismo: que la voluntad de un hombre, la fuente de todo poder y autoridad, debe ser adorada y respetada así como impregna la estructura total de la sociedad. 

Todo lo anterior informa la caracterización errónea más amplia de la Razón en El Lado Derecho de la Historia, que sostiene que a) la Razón por sí sola no puede configurar valores; y b) creer esto puede equivaler a un acto de fe, que simplemente confirma nuestra creencia no reconocida en la ley moral judeocristiana. Shapiro es lo suficientemente honesto intelectualmente para darse cuenta que debe atravesar el Imperativo Categórico de Kant para trazar su argumento. Él reconoce esto, mientras que el sistema ético kantiano es impresionante, se queda corto en algunas áreas, el ejemplo más obvio es que Kant no hizo lugar para la moral situacional. Esto tampoco puede escapar por completo a la subjetividad. Shapiro, por lo tanto, no puede apoyar la idea de que la Razón puede producir un buen argumento en todos los casos. Si somos capaces de determinar nuestros objetivos mediante la Razón y entonces defenderlos como si fueran una ley universal, dice Shapiro, ¿qué me impide hacer lo que quiero y justificarlo como objetivamente correcto? ¿quién puede decir lo contrario?

Lo que falta es el supuesto básico de Kant: que la capacidad de razonar está dentro de todxs nosotrxs; podemos colocar a cualquier persona en un dilema moral idéntico, y no solo esa persona sería capaz de razonar qué es lo correcto, sino que también es capaz de razonar que, si otra persona se colocara en la misma situación, harían lo mismo. Es precisamente esta capacidad la que nos permite defender el valor universal de una manera que es objetiva en el mejor de los casos e inter-subjetiva en el peor. Es este proceso autoconsciente lo que genera la dimensión ética de nuestra existencia, y en este proceso, somos capaces de asignar valores, en la medida en que cualquier cosa sea valiosa para algo. Esto no es perfecto, pero ha servido bien a la humanidad a pesar de sus limitaciones. 

Y ninguno de estos requiere a la fe. Como han señalado Thomas Nagel y Sam Harris, para decir que uno “cree en la Razón” es usar dos palabras reiterativamente. La Razón, debidamente practicada, es indiscutible. Si alguien se te presenta con un argumento basado en pruebas sólidas, sos incapaz de negarlo, a menos que elijas analizarlo obstinadamente. Esto no requiere de la fe. Si funciona, la prueba está en los resultados. Lo único que exige es confianza en nuestros semejantes, y la confianza en que podemos distinguir lo correcto de lo incorrecto sin una autoridad supervisora eterna. Este es el punto a donde Shapiro no puede llegar. La declaración: “El genocidio está mal porque obviamente lo está”, no es lo suficientemente buena para él. Para él, lo que es obvio se basa en una base, establecida por primera vez en el Sinaí hace 3000 años, y no importa cuán lejos deseamos alejarnos de la montaña, siempre estará a la vista.

Para Shapiro, lo que es “obvio” para nosotrxs, es únicamente obvio porque alguna vez nos dijeron que así era. En una conversación con Sam Harris en 2018, Shapiro dijo (y estoy parafraseando): “Vos estás usando mis ladrillos para construir tus argumentos”. En otras palabras, si hay una explicación para la moralidad del mundo secular, es que las personas no se dan cuenta cuán inconscientemente religiosas son actualmente. Este reclamo persistentemente molesto es infalsificable. Pero, como dijo Karl Popper, la falsificabilidad de un argumento es su mayor fortaleza, no una debilidad. 

A lo largo de El Lado Derecho de la Historia, Shapiro realiza un buen trabajo al refutar la afirmación de que el Iluminismo surgió de la nada (que todxs fuimos simios supersticiosos hasta el día en que no lo fuimos), en el siglo XVIII y XIX, al punto en que nos secularizamos y todo se hizo grande para la humanidad. Esta es una descripción inmadura de la historia intelectual, sin duda. Pero la afirmación de que la Ilustración no podría haber ocurrido sin Jerusalén todavía deja a Shapiro con mucho trabajo por hacer. Él no está dispuesto a admitir que lo que ocurrió en la península del Sinaí fue una codificación de un sentido moral que ya existía dentro de nosotrxs. No requiere fe, sólo requiere a la Razón para suponer que lxs hebreos nunca hubieran llegado a la montaña si en primer lugar hubieran creído que el asesinato, el robo y el perjurio eran aceptables. No podés tenerlo de cualquier manera. Si vos creés que el Iluminismo no surgió de un vacío, entonces lo mismo debe ser cierto de la sabiduría que se dice que se transmitió en el Sinaí. 

Pronto llegará el tiempo en donde una neurociencia más sofisticada hará que los argumentos de moralidad y libre albedrío sean efectivamente nulos. De hecho, lo que ya estamos aprendiendo sobre el cerebro sugiere que nuestro uso de la razón es mucho más instrumental de lo que creemos. Nosotrxs como especie debemos estar preparadxs para la posibilidad de que muchas de las suposiciones operativas en las que nos hemos basado durante siglos sean ficciones. Desde su ascenso, la humanidad ha vivido de acuerdo con las ficciones que ha creado para sí misma. Todxs creemos en las ficciones. Ningunx de nosotrxs está exentx. Los ladrillos no le pertenecen a nadie. Y la casa que estamos construyendo es para todxs nosotrxs. Una buena estrategia sería que reduzcamos la cantidad de residuos que debemos cubrir para erigirla. 

Jared Marcel Pollen nació en Canadá. Su trabajo ha aparecido en 3:AM Magazine, The Millions, Bright Lights Film Journal y Political Animal. Su colección de historias, The Unified Field of Loneliness, está disponible en Crowsnest Books. Actualmente vive en Praga. 


Tengo una sensación interior que se repite desde las últimas elecciones presidenciales: siento una total y completa ausencia de generación de nuevos cuadros políticos.

Cuando Cristina puso a Scioli como candidato, pensé "bueno, ahora tenemos cuatro años para que surja un nuevo candidato". Pasaron algo más de tres años y todavía seguimos colgadxs del manto de mamá Cristina.

La discusión y debate por la ILE permitió que surgiesen diversos cuadros desde todas las perspectivas del arco político argentino. Desde Lospennato, a Monzó y Ofelia, han sido personas que marcaron esa etapa política del país. Pero ninguna de esas figuras trascendió al escenario político del 2019, al menos en los altos cargos del ejecutivo.

Hoy se vota en Córdoba. Y aún siento esa falta de representatividad, la ausencia total de unx candidatx joven, cuyas ideas no sean solo progresistas sino también revolucionarias. En cambio, hoy todo lo que tenemos son cuadros viejos, gastados, como esa bici de tu abuelo que en su momento fue buena pero hoy ya no se banca 100 km. Y con esto no me refiero solo a la salud del favorito a gobernador de la provincia sino a toda una serie de personajes que se vienen repitiendo año a año, que en momentos de elecciones parecen tener la solución a todos los problemas actuales. Pero esas figuritas ya las conocemos, las manoseamos mucho y han perdido el pegamento. Están ajeadas. En este álbum de película con ínfulas de thriller y final de terror que es la política argentina, nos quedan varios espacios vacíos sin completar. Mientras tanto, en los sobres se siguen repitiendo una y otra y otra vez la misma figurita de siempre, aunque a veces viene una nueva pero no es la que queremos y al poco tiempo se nos va la emoción.

También hay figuritas que no traen pegamento, entonces no las podemos pegar a la base, como una izquierda "de los trabajadores" que, justamente, es repudiada por los y las trabajadoras y trabajadores. Este año tocó la nueva figurita de Luciana Echeverría, lo que al principio me provocó gran emoción por ser un cuadro joven y feminista, pero al ver que en esa parte de la película ella termina en un choque frontal contra Schiaretti, me embargó nuevamente la monotonía y el aburrimiento. El personaje de Luciana mejoró mucho su propaganda, ahora se nota un aumento de inversión en comunicación, pero me sigo preguntando por qué cuesta tanto lograr esa conexión con el sector trabajador ¿será que a la izquierda le costó incorporarse en la nueva maquinaria digital? ¿Será la terminología usada por sus postulantes, que no tiene significación alguna por fuera de su núcleo duro y que suena a afiche de los años 60s? ¿O será que su núcleo de votantes en realidad, no son trabajadores, y que hace veinte años que le vienen errando al receptor de sus campañas? Hay muchas preguntas que la izquierda se viene postergando a sí misma hace, como mínimo, dos décadas. 

Por otro lado, está la gran figurita ausente, esa que esperábamos encontrar si o si. Compramos varios sobres y desde la fábrica nos dijeron que la seguían poniendo. Pero a la hora nos llaman y una voz de operadora, fría y maquinaria, nos avisa que, finalmente, este año no podremos tener en nuestras manos a esa figurita. Y por supuesto que estoy hablando de Carro y Unidad Ciudadana (UC). Todavía no entiendo qué fue ese acto de apertura de campaña y la bajada de lista a los dos días siguientes: ¿Falta de comunicación entre nación y provincia? ¿acuerdos de último momento entre Schiaretti y Cristina Fernández? Algunxs kirchneristas dicen que Carro "se dio cuenta" y evitó lo evitable: darle un triunfo discursivo a Maurio Macri. Si bien concuerdo con la decisión de UC en Córdoba, espero que ese "darse cuenta" incluya también una autocrítica sobre las acciones realizadas en nuestra provincia. 

Si bien se dice que Córdoba es más conservadora, ¿cómo puede ser hace veinte años venimos votando lo mismo y continuamos con las mismas falencias estructurales?

Tampoco podemos pasar por alto que partidos históricamente minúsculos de la extrema derecha, como Encuentro Vecinal Córdoba con el director de Portal de Belén, García Elorrio, hayan obtenido los votos suficientes como para ubicarse en un cuarto puesto. Viendo lo ocurrido en Brasil y en Estados Unidos, no podemos dejar de mirar con atención como van creciendo el caudal de partidos ultra-conservadores y/o liberales de derecha. El crecimiento de popularidad de la derecha en Argentina en los últimos años merece una entrada aparte.

Mientras tanto, el radicalismo y el peronismo de derecha continùan siendo las figuritas de siempre. Nos cansamos de quejarnos de los problemas de la ciudad, que la luz de la calle, que el precio de los servicios, que la recolección de basura, el estado de los hospitales públicos, el pésimo estado de los colectivos, la hostilidad hacia las personas negras, pobres, gays, lesbianas, transexuales, mujeres, menores de edad, y un largo, larguísimo, etcétera, de cuestiones que hace décadas quedan por resolver en nuestra provincia. 

Y con esto no quiero decir que el gobierno de Schiaretti no tuvo nada de positivo, pero frente a las pocas cosas que realizó bien como ser el Boleto Educativo Gratuito para estudiantes, docentes, obrerxs y jubiladxs o el Plan Primer Paso para introducir a jóvenes en el sector laboral, los gobiernos que han pasado por el manejo de la provincia y de la  intendencia han dejado mas problemas irresueltos que las soluciones que trajeron a estos territorios. 

Hoy abrimos el sobre de figuritas nuevamente y (casi) nada nos sorprende. Fue lo que esperábamos, las caras de siempre en el lugar de siempre. ¿Seguiremos con los problemas de siempre?

La pregunta que me queda en la cabeza es qué hacemos con el álbum de figuritas: ¿cómo rellenamos los casilleros que nos faltan? ¿qué puedo hacer yo, como parte de la ciudadanía, para generar un cambio en las figuritas de siempre? ¿quemamos el álbum o nos conformamos con las figuritas que nos toquen?

Hace algunos meses donde pienso que la solución, la verdadera solución, es agarrar un lápiz y dibujar nuestras propias figuritas. Quizás no sea lo mejor, pero es la única salida temporal. Y sintiendo este hastío de repetir hasta vomitar las mismas figuritas de siempre, y sabiendo que esto no me pasa únicamente a mi sino a varias personas jóvenes, cuyos futuros están en manos de estos gigantes, leo a Michele Foucault -que siempre tiene algo para decirme- y siento un viento de aire fresco:

"hay poblaciones enteras que se vuelven inestables, que se ponen en movimiento, en búsqueda, fuera del vocabulario y las estructuras de costumbres. Es una... no me atrevo a decir revolución cultura, pero sin duda una movilización cultural. Políticamente irrecuperable: se siente que en ningún momento el problema para ellos cambiaría si hubiese un cambio de gobierno. Y eso me alegra".