Estoy leyendo Into the Wild (Hacia Rutas Salvajes) de Jon Krakauer, que cuenta la travesía y muerte de Christopher McCandless, un joven que abandona todo para irse de viaje hacia la zona salvaje de Alaska, siguiendo un poco las andanzas de Jack London. La experiencia de Chris, su relación con el dinero, con el sistema y con sus padres, me llegan bastante profundo, porque me siento representada en varios aspectos de su vida. Además, hacia fin del año pasado, tuve que leer en un curso un ensayo llamado Después del aislamiento de Roberto Follari incluído en la coleción El futuro despues del COVID-19 donde plantea, entre otras cosas, que este modelo extractivista-capitalista no puede continuar y debemos volver a una etapa anterior. Frente a esta situación, Follari plantea:

Pero es la sociedad industrial en su conjunto la que queda sometida a
cuestionamiento. Y con toda la ambigüedad que en ello se implica. ¿Habrá que
practicar eso que algunos han denostado como “pachamamismo”? ¿Es posible
sostener al conjunto de habitantes de la Humanidad abandonando del todo el
paradigma del avance técnico/industrial?.


Estas lecturas me despertaron varias preguntas acerca de una posible renuncia a la modernidad y sus promesas de futuro y la posibilidad (o no) de construir un modelo aparte al de esta sociedad capitalista, individualista y extractivista. 


Siguiendo la aventura del joven McCandless ¿podría yo abandonarlo todo para irme, por ejemplo, al sur profundo? Realmente no lo sé. Creo que en aquellos años (1980-1990) las comodidades tecnológicas no habían creado un abismo tan grande entre la naturaleza y la "vida urbana": Hoy, la globalización ha expandido a nivel mundial no sólo sus productos, sino también sus ethos, su proceso de subjetivación inherente al siglo XXI. Parte de ese ethos implica no solo conocer acerca de tecnología sino incluso ampliar compulsivamente el horizonte tecnológico en nuestra vida cotidiana. La contracara de esto se observa en la creciente inutilidad que demuestra el humano para realizar las tareas más rudimentarias (cazar cultivar, pescar, cocinar). sin el uso de tecnología. Podría pensar que ciertas teorías  (como la teoría cyborg o la teoría queer, por ejemplo) buscan justificar a estos avances tecnológicos bajo el argumento de una notoria mejoría en las comodidades y en la vida de la humanidad. 


¿Pero esto es realmente así? La vida de Chris McCandless (o, mejor dicho, su muerte) podría confirmar esto a primera vista, pero hay lugar para notar ciertos puntos flojos aquí: en primer lugar, la extensa vida de millones de humanos que existieron con anterioridad a la revolución industrial demuestra que, en algún punto, llevar una vida silvestre sería posible. Este punto tiene su costado problemático si pensamos  acerca de los cambios y transformaciones que sufrió la naturaleza (extinción de especies, cambio climático contaminación ambiental y acuática, etc.) que podría dificultar la misión de llevar hoy una vida silvestre. 


Un segundo punto crítico del argumento del post-modernismo/tecnologicismo reside en la noción de humanidad. ¿Todavía podemos decir que esto que somos forma parte de "la humanidad"? Yo no puedo aseverar semejante afirmación con tanta facilidad. De acuerdo a ciertos teóricos, lo que caracteriza a nuestro tiempo es una ausencia de un fundamento último de carácter espiritual o moral que ordene a toda la experiencia. Todo lo que antes era inmóvil y estático con la posmodernidad se volvió líquido. La tecnología es diseñada para controlar el lado animal e irracional del ser humano. Entonces ¿qué nos queda de humanidad? El programa entero del modernismo (y del posmodernismo también) busca asesinar a la bestia que llevamos adentro, y para eso nos brinda algunas herramientas que nos permiten fingir que la revivimos mediante falsos espejismos cuidadosamente descontrolados que operan a través de nuestros impulsos primarios. ¿Y si lo único que hoy compartimos con la naturaleza es nuestro costado compulsivo? Esa compulsión sería la que llevó a McCandless a migrar hacia Alaska e insertarse en el costado salvaje de la naturaleza.


Como aquello que nos linkea a la naturaleza es una compulsión, un comportamiento repetitivo e inconsciente, se puede indagar en el lugar que ocupan estas compulsiones en el ethos del siglo veintiuno. Este lugar, siguiendo a grandes líneas el planteo de Michel Foucault, apunta por un lado a amplificar los dispositivos de control que modelan las subjetividades, comportamientos y prácticas de las personas, abarcando con cada desarrollo más áreas del inconsciente que ahora pasan a formar parte del análisis de autoconsciencia. Por eso razón hoy prolifera por un lado el psicoanálisis y por otro el coaching personal, dos dispositivos que profundizan en el individuo un ajuste de conductas que demanda el sistema y el mercado. 


Por otro lado, para quienes no logren dominar ese costado animal y convertirse en ejemplares ciudadanos de la Sociedad (del Disciplinamiento), el sistema les ha reservado un lugar especial: la cárcel o el psiquiátrico. El mismo sistema general los desplazamientos  y las exclusiones, mientras amplía progresivamente la línea de lo permitido y digiere las conductas anormales cuya aceptación no ponga en riesgo al sistema en sí (incorporación de la diferencia). En el caso de McCandless, se observa claramente estas delimitaciones impuestas por el sistema: cuando McCandless encara su travesía, en Estados Unidos existía toda una cultura alrededor del autostop y todavía existía cierto deseo de un regreso a la naturaleza -muy vinculada al movimiento hippy en el pasado cercano-. Más allá de eso, como expone Krakauer, el joven McCandless fue duramente criticado post-mortem por su decisión; mucha gente lo trató incluso de suicida, antisocial o demente. Lo cierto es que McCandless no se metió tan en lo salvaje, pero tuvo que cruzar algún límite que la sociedad no le perdonó. ¿Morirse, viajar sin mapa?¿pretender vivir de la caza y la recolección? Nunca lo sabremos bien, pues los límites de lo tolerado y lo tolerable son muy finos y maleables.Quizás McCandless fue el caso que esperaba la prensa norteamericana para apuntar contra los trotamundos, vagabundos y ruteros. Me arriesgo a afirmar que antes y después de su muerte, mucha gente murió en circunstancias similares y, sin embargo sus casos pasaron desapercibidos en la opinión pública. No hay una explicación certera a ese fenómeno, aunque posiblemente se deba a que Chris McCandless podría ser el hijo o el amigo de cualquier ciudadano-espectador, el típico joven ansioso por un mundo mas justo, un soñador moralista de enormes ambiciones muchísimo coraje pero demasiado terco e insensato, como cualquier joven. de su edad. 


Sea como fuere, hoy parece no haber lugar salvaje a donde ir, espacio libre de la huella humana. Ahora bien, el aislamiento de McCandless era, ante todo, mental: lo salvaje culminaba allí donde alcanza su vista y su mente. Esto nos puede dar alguna pista.¿Cómo viajar hoy hacia lo salvaje?¿Cómo salirse de la sociedad?¿Es posible encontrar algún intersticio de topografía salvaje que no haya sido marcada por el fuego de la civilización? Me animo a esbozar una respuesta aquí: Hoy queda un lugar donde no está marcada la huella de la civilización: la propia mente. Estimular sentidos, probar y experimentar con sustancias, llevar la concentración a puntos nunca alcanzados, forzar el cuerpo a resistir al hambre, el frío o el calor extremo, o someter a la carne a un placer inconmensurable que vaya mas allá de los límites impuestos. Hoy el viaje es mental, porque es el único punto donde la humanidad no ha colonizado aún. La empresa es opuesta al psicoanálisis: deshabitar los roles humanos y habitar roles animales, olvidar que se puede dialogar, pensar, razonar. No es tan complicado romperse la cabeza, la tecnología puede ayudarnos a enloquecer si es utilizada correctamente. Bienvenidos al opiáceo virtual, un zafarí repleto de estímulos e imágenes que se arman y se rompen siguiendo un único patrón: la voluntad de la locura. O del algoritmo. Oh, wait...